Tía Anica La Piriñaca Ay, Tía Anica, el soniquete de quien ha tragado polvo y ha pasado duquelas y canta para ver si las conjura o las alivia o quién sabe bien para qué. Porque afortunado y triste quien siente el viejo y misterioso imperativo de soltar ese desconcierto que viene de lejos y va para largo. El nuestro y el de quienes nos trajeron aquí y el que nosotros legaremos, porque así son las cosas desde que el mundo es mundo. Y es que el cantaor, qué bien lo sabías Tía Anica, es un médium, y dice hoy, en presente absoluto, lo que ha sido y es y será. Ese recitado que parece que vaya a derrumbarse en cualquier momento, pero que siempre remonta para poner la palabra justa, la cifra desnuda, el hilo ensartado en la aguja que cose y descose nuestras heridas. Cuando te llegó la hora de casarte, Tía Anica, tu marido te mandó a casa, a cuidar de los niños, de las escobas y de las cazuelas: maldita grandeza y servidumbre de Andalucía, que te dio a ti la voz de la verdad y te mandó a un cuartillo oscuro a velarla. Pero resultó que en ese tiempo nada se borró: fue curtiéndose en lo hondo de tu sentina. Y cuando tu hombre murió, el bronce se había templado. Nos lo contaron tus años feroces y prodigiosos, los de la boca con regusto a sangre, los de modelar el metal con tu garganta de mil pliegues y tus entrañas de mil laberintos. Porque no olvidaste y así no lo hiciste saber: “Yo nunca a la ley falté / yo te tengo a ti tan presente / como la primera vez”. Tal vez por ello, Tía Anica, me excusarás que sea yo quien me enrede ahora con un recuerdo y una torpe analogía. Pero es que cuando me acuerdo de ti, pienso también en esa silla en la que estas sentada en las fotografías que nos dejaste. Es una de esas sillas de mimbre y madera que se ven tan a menudo en Andalucía. Esas que se sacan a la calle para sentarse a la fresca de las noches o se ponen junto a los improvisados tabancos. Una silla humilde, muchas veces desvencijada, a punto de desmoronarse. Pero la silla aguanta. Y no sólo aguanta, sino que sostiene un peso inimaginable: en ella se sientan los andaluces a seguir tejiendo su larga memoria. Ella es el soporte de su continuidad heroica, de su milagro de persistencia. Esa silla portátil, repentina, quebradiza. Quien no la conoce diría que está lista para romperse. Pero la silla es de acero colado; tiene raíces indestructibles. Y ahí está siempre, otra vez, con su solidez imposible, con su fragilidad invicta. Como tu, Tía Anica. Como ese cante grande tuyo que nos reconforta cuando parece que vamos a precipatarnos al fondo de todos los abismos. ( Alexandre D’Averc) http://gustavorico.gabinetedecuriosidades.com/la-asamblea-de-los-quimericos/ |